FERNANDO DÍAZ SAN MIGUEL: EL MOVIMIENTO PERPETUO | ARTE Y LITERATURA


Puerto Madero, Buenos Aires|
Fotografía: Inma Croche

“El hombre solo conoce a través de su experiencia, vivida, sentida o fingida, pero experiencia al fin y al cabo”.

Qué mejor plan para una tarde que quedar con unos amigos a hablar de arte. En esta ocasión la cita fue con la literatura. Fernando es un buen contador de historias. Me propongo hacer una entrevista sobre la creación literaria que se convierte en una charla sobre el arte  y  una reivindicación de la literatura en español. La conversación,  como todas las buenas, se animó a la divagación y acabó llevándonos a otros derroteros como de lo erróneo del planteamiento de la literatura en el sistema educativo español, de las debilidades y las fortalezas de sentir que perteneces a un país, a un grupo, de la crítica al mercantilismo literario, de los universos, de lo de más allá y de lo de más acá: los deseos, los miedos, lo cotidiano y hasta del cyberpunk. La amplia perspectiva que le da el ser un gran devorador de libros; su análisis, fruto del conocimiento empresarial; su amplitud de horizontes que le han otorgado el conocimiento de otras culturas y países; así como el carisma de un hombre que ama por encima de todo a su familia, le confieren un atractivo singular.
Fernando Díaz San Miguel nació en Salamanca en 1974. Diplomado en Ciencias Empresariales por la USAL, su currículo académico se complementa con los estudios de International Marketing en Sligo (Irlanda). Su espíritu inquieto, como si se tratara de un hombre del Renacimiento, le hará fundar y coordinar en 1993 la Tertulia Atril en el Ateneo de Salamanca, por la que han pasado más de trescientos escritores de todo el mundo,  director de la Colección Gárgola de Poesía y de la Revista Literaria Atril,  ha coordinado diferentes proyectos literarios. En 1995 fija su residencia en Oxford (Inglaterra) donde comienza a trabajar para Lloyd’s Bank. De vuelta a Salamanca, se matricula en Filología Hispánica, carrera en la que conoce a la que hoy es su mujer, Inma Croche. En 1999 funda A.F diseño y comunicación, empresa dedicada al diseño gráfico en todas sus vertientes y en la que ha dirigido proyectos de edición, video, comunicación gráfica, arquitectura efímera… Ese impulso incansable le hace sentirse siempre insatisfecho, tener siempre en la cabeza varios proyectos, sabiendo que algunos se quedarán en un cajón y otros tendrá que pedir más horas al día o robárselas a la noche.
Y es que Fernando vive deprisa. Su cabeza va muy rápido, como si le faltara tiempo. Eso explica su premura en la incursión del mundo literario. Comienza a escribir pronto y de sus primeras obras se desprende la celeridad, la urgencia, quizás la seguridad de la finitud y caducidad de la vida. La sensación de no querer perderse nada, buscar con impaciencia nuevas formas de expresión, nuevas experiencias.

Salgo al aire de la mañana encapuchado: no, es quizás que amanece. El aire huele a oxígeno, es la ciudad en la hora temprana. Los cafés, muy pocos, encienden sus luces, han hecho su pan los panaderos, reparten los chicos noticias recién impresas. Los pájaros entonan su canto, son un solo gallo incansable, los primeros coches perpetran el silencio de la ciudad. Todos los otros duermen todavía.
F. Días San Miguel: «Epílogo, I». Poemas menores (1995-1996)

Y en verdad, todos los otros dormían. Su obra poética, de la que publica este 2017 su primera mitad, se reúne bajo el título Momento. La edición comprenderá  los libros publicados: Poemas menores (1996), Cartas en la manga (1998), Poemas mayores (1999), Poemas imperfectos (2001), Poemas finales (2003) y Agosto (2007). En prosa  ha publicado relatos en revistas de España y México y prepara la edición de dos novelas. No hay un cambio de género, se trata, nos dice, de que en realidad su poesía siempre ha sido, ante todo y sobre todo, narrativa.

Comienzo preguntándole una curiosidad: cómo influye el conocimiento del mundo empresarial, el marketing en el proceso creativo.
Me explica que el hecho de haber crecido en un ambiente empresarial desde muy pequeño le ha llevado a conocer el trabajo y su mecánica desde siempre, a ser ordenado, que le ha servido sobre todo la disciplina empresarial que obliga a imponerse metas y plazos. Que el vivir esos ámbitos de trabajo desde niño le ha ayudado a conocer muy diferentes perfiles de personas, cosa que sin duda, le ha servido para poder captar fotográficamente personas y lugares que aparecen en sus relatos. El marketing, que intenta adelantarse a los deseos de las personas antes de que aparezcan y se conviertan en necesidad, que crea necesidad, forma parte también de la propia naturaleza de la literatura: nada existe antes de que alguien lo haya imaginado.
La organización, el desarrollo en paralelo de multitud de proyectos y de una manía perfeccionista que le hace no dejar nunca de corregir, le llevan a una indispensable gestión del espacio y del tiempo, haciendo anotaciones continuas en agendas, archivos y papeles... todo ello le convierte en una persona con una memoria prodigiosa, capaz de recordar lecturas hechas hace años, autores y obras que, a mí personalmente, me despierta una gran envidia.

—¿Cómo abordas la escritura? Fernando es categórico en esto: los trabajos se imponen.
Cuando empecé a escribir en enero de 1992, en seguida se convirtió en una obsesión para mí, de tal manera que no pude hacer nada más hasta que no terminara el libro.
Esos primeros libros, que llama Poemas previos (1992-1995), son libros terminados que están sin publicar y que han quedado ahí, dice, supongo que tendrán sentido para entender el conjunto de la obra si esta sirve de algo, si tiene un peso de conjunto, pero no tengo pensado publicarlos. Lo que es cierto es que de volverlos a sacar del archivador los reescribiría, y no tengo tiempo material para rehacer aquello de fui hace veinticinco años. Reconstruiría y lo desnaturalizaría para hacer algo más contemporáneo. Si dejé de escribir poesía porque me parecía que no aportaba nada no sé en qué lío me metería si intento rescatar aquellos primeros libros. Si se publican póstumamente creo que será interesante ver ese intento primigenio de los primeros versos, pero siempre si el tiempo dice que los demás valieron de algo.

—¿Cómo fue el paso del manuscrito privado a querer publicar tu obra?
Mi primer libro, que vendría a ser la primera parte de los ocho libros que componen la Poesía completa, lo publiqué cuando entendí que había una voz propia, o que empezaba a parecerlo, o tal vez por la aparición del impulso que con el tiempo se convirtió en leitmotiv de la obra. Es cierto que en los anteriores poemas ya se veía una huella, porque uno no puede dejar de ser uno mismo. Así, mi tiempo en Oxford sirve de arranque de esa voz y sobre ella pivotan los años en los que escribí poesía, de esos libros se sustrae un denominador común que con los años he descubierto que los convierten en una novela.
Fernando insiste en la importancia de trabajar buscando la propia voz, la diferenciación, y con ella, ir más allá, pero sin saber escapar de uno mismo. Hablar con Fernando es asistir a una clase magistral de literatura. A colación de eso recuerda a Juan Goytisolo, fallecido recientemente, cuando este hablaba de su ruptura consigo mismo pasando con Señas de Identidad, del Realismo social a una literatura más personal. Se dio cuenta de que hasta ese momento había cumplido una función social, había escrito lo que tenía que escribir, pero no había cumplido con la literatura porque todavía no había propuesto nada nuevo. A partir de esa idea empezó a mezclar voces en la narración, a cambiar argumentos, a jugar con la puntuación.
Pasa lo mismo con James Joyce, donde apunta que en sus primeras poesías, aunque interesantes, no aportaba nada con un peso específico verdadero, nos dice. Sí lo hará cuando proponga una narración realista con el Ulises, una voz que una vez que absorbe al lector nos lo coloca en el lugar del personaje para ver y sentir como él. Dublineses es el campo preparatorio, el preámbulo, el prefacio para su gran obra. De ahí la lucha de todo creador por buscar esa diferencia, ese aporte que le debe a todo lo anterior.

Qué importa nuestra cobardía si hay en la tierra
un solo hombre valiente,
qué importa la tristeza si hubo en el tiempo
alguien que se dijo feliz,
qué importa mi perdida generación,
ese vago espejo,
si tus libros la justifican.
Jorge Luis Borges: Invocación a Joyce.
(Elogio de la sombra, 1969)

—¿El talento nace o se hace?
Indudablemente se debe nacer con talento, para mí se trata de una dictadura de la genética en la que el trabajo supone un porcentaje mínimo de la ecuación. El talento requiere de voluntad pero la voluntad no hace el talento. Tendrás que trabajar: partirás de los anteriores para, a través de ellos, encontrar tu voz, escribir tu obra. Hay un artículo de Gabriel Zaid sobre el talento y el oficio que no he conseguido volver a encontrar. Y una cita de Borges, o que yo creo haberle leído a él, que dice que cuantas más influencias tienes más empezarás a escribir como tú mismo. Ray Bradbury dice que «en el proceso de aprendizaje el trabajo y la imitación van juntos», pero no es cierto es eso de que el arte es fruto de un pequeño porcentaje de don y mucho trabajo. No recuerdo quién daba una cifra bastante tonta en la antología de Gerardo Diego, del  porcentaje de Dios frente al porcentaje del trabajo propio, creo que era Lorca, que fue folclórico hasta en eso.

Si es verdad que soy poeta por la gracia de Dios —o del demonio—, también lo es que lo soy por la gracia de la técnica y del esfuerzo, y de darme cuenta en absoluto de lo que es un poema.
Poesía española. Antología 1915-1932.
Selección de Gerardo Diego. Madrid, Signo, 1932.

Para Fernando, el proceso creativo en literatura es el mismo que en música o en pintura, se trata de diferentes manifestaciones de un mismo hecho, la plasmación de un gesto a través de la técnica. Está la voluntad, el trabajo, pero detrás de ellos está el talento, una predisposición genética. Es antidemocrático, pero es así: puedo intentarlo todo para pintar como Velázquez, conseguir los enchufes para entrar en la corte, viajar a Italia, empaparme, puedo intentar dar el salto cualitativo que él dio en la pintura de su tiempo, pero todos sabemos que no está en mí.
Piensa en Antonio Colinas, a quien conoce y admira, lo ha citado antes en esta conversación. Hay en él, dice, una respiración, una manera de expresar que la técnica no puede alcanzar desde la lectura. Todos los poemas de Antonio, casi sin darte cuenta, te alcanzan, te tocan solo un momento, en un punto, y eso es algo que encuentro en muy pocos poetas.

Olvidarás mi nombre y así definitivamente, dejarás de soñarme.
Este amor que te tengo será en la soledad de tu huerto invernal sólo un amargo fruto.
Olvida, pega fuego a tu cerco de zarzas.
Si dejas de soñarme, si muero en tu sueño, esta noche podrás enterrar tus cuchillos.
Antonio Colinas: En lo oscuro (1981)

—Gil de Biedma decía: «La poesía es una tentativa de inventarse una identidad». Yo creo que al final hay algo de uno mismo en cada obra, sería difícil proponer algo desde otras perspectivas. ¿Qué hay de ti en tu obra?
Todo. En nuestra obra estamos nosotros mismos. Aunque no todo lo que escribimos nos ha tenido que suceder, pero somos nosotros. Por ejemplo, en mis “Poemas mayores”, que escribí con apenas veinte años, intenté construir un mapa del Eros, un censo de distintas formas de amar. Entre las historias había un hombre casado que reunía, en un piso alquilado, las formas más extremas del amor (que no suelen serlo tanto) y que le proporcionaban esa plenitud, otra que tenía relaciones con su primer amor, el sentimiento complejo de quien hace el amor con alguien que está embarazada de  otro, el misógino. Y algunos amigos me preguntaban en confianza por esas experiencias. Lo que está claro es que detrás de todos ellos está tu experiencia metamorfoseada, aunque entonces no se supiera entender en alguien tan de mi edad ese intento, esa búsqueda arquetípica a la que accedes a partir lo que eres. En la contraportada dejé un texto que venía a decir que la literatura no está en las palabras, sino en el hueco que se crea entre ellas, y en el interlineado de ese texto escribí: «Toda creación se compone de fragmentos de lo conocido y el hombre sólo conoce a través de su experiencia: vivida, sentida o fingida, pero experiencia al fin y al cabo».

—Ahí están los poemas de Lisboa.
De hecho ese «Poema de Ana», se tituló durante bastante tiempo «Destierro en Lisboa», y mucha  gente todavía me habla de mi año en Lisboa, un año que escribí con un coleccionable de viajes de un periódico y fotos de la biblioteca (no había internet).
Por eso quería decir con el texto de contraportada, que la imaginación también somos nosotros, o sobre todo, esa huella puede marcar una vida. Detrás de toda la ficción estás tú mismo, te ves veinte años después en un sentimiento de ese poemario, reconoces la imagen de una chica de la facultad entrando en el edificio después de un aguacero, una revista con la fotografía de Liv Tyler sentada encima de una mesa. Hay cuatro o cinco imágenes de mujeres diferentes en esa Ana, busqué ese nombre tan blanco precisamente para poder llenarlo de formas.

El dios ha concedido,
ha sido bondadoso
y ahora pide
que aprendamos a vivir,
como tantos otros, separados.
Tal vez tengas razón.
Nuestro tiempo ha pasado.
Debemos aprender a buscar
la paz en otros cuerpos,
no olvidar las marcas
de la piel que compartimos.
Tal vez tengas razón.
Nuestro tiempo ha pasado.
Fue mejor acabar
y doler para siempre
que seguir hasta que la pasión,
la sinceridad, el fervor, acabasen.
Por lo menos así
nos queda el odio.
F. Días San Miguel: «Poema de Ana, xxvii».
Poemas mayores (1995)

—El poema, el arte, es un elemento de comunicación, y como tal se transforma al ser recibido.
Sí, es verdad que el poema se termina de escribir cuando se lee, siendo interpretado por el lector. Incluso a veces encuentras algo más cierto de lo que tú pretendiste al escribirlo, y esa verdad se impone en tu percepción. El texto se convierte en un elemento autónomo, los escritores que quieren explicar primero lo que han querido decir, no entienden lo que es la literatura. Te vas a morir, y esas líneas tendrán que valerse por sí mismas cuando no estés ahí. El poema tiene que ser una máquina autónoma de movimiento perpetuo, no puede depender de ese impulso primero.
Por eso el verdadero artista deja huellas para que el lector, leyendo en los distintos momentos de la vida, pueda crecer con el texto, reencontrándolo en la persona que es en cada lectura. Tus nuevos conocimientos hacen crecer a la buena literatura. Es algo así como tu manera de ver a un amigo que crees solterón empedernido y de pronto un día te dice que tiene dos hijos a los que hace años que no ve, esa persona ha cambiado para ti, tu relación con él, como cambia Cernuda al leerlo a través de Kavafis, crece un poco, como crecen los Poemas para un cuerpo para el muchacho que leyó heterosexualmente a esa persona neutra,  al conocer la historia de Salvador Alighieri cobra más fuerza, o como se amplía la Desolación de la quimera desde las cartas con Gil de Biedma.

La vida no es un ensayo, aunque tratemos muchas cosas; no es un cuento, aunque inventemos muchas cosas; no es un poema, aunque soñemos muchas cosas. El ensayo del cuento del poema de la vida es un movimiento perpetuo; eso es, un movimiento perpetuo.
Augusto Monterroso: Movimiento perpetuo (1972)

—Escribir resulta un ejercicio de creación desde cero, un impulso, algo así como la explosión, la sinapsis del descubrimiento.
No se crea desde cero. Todo es un suma y sigue, tomando o evitando. Joyce no podría haber escrito el Ulises sin haber leído antes a Henry James, todos escribimos a partir de los anteriores. Si te fijas no hay nada nuevo en la literatura, en el arte en general, son variaciones. Y si lo piensas fríamente menos aún desde los años veinte del siglo pasado.

—Octavio Paz escribía «una obra, si lo es de veras, no es sino por la terca reiteración de dos o tres obsesiones» ¿Cuáles son tus obsesiones?
(Risas) ¡A ti te lo voy a decir!
Indudablemente hay cosas que te marcan, y la obra toma fuerza, propone una visión particular del mundo a partir de muy pocas cosas. Pienso en Fonollosa o en Tim Burton o en Picasso.

—Ya pero yo te lo estoy preguntando a ti…
Cierto. En mi caso las obsesiones son el amor perdido, el miedo a la muerte...  No se trata de que tú organices o saques tres ideas y hables alrededor de ellas, es que al final no puedes escapar de ti. No se me ocurre la tercera, pero estará. Supongo que la propia creación, ese impulso que se genera no sabes desde donde.

—Hay tantas poéticas como poetas. ¿Hay renovación en la poesía? Me refiero a una poesía social. ¿Hay algo nuevo? Durante mucho tiempo hemos estado leyendo el mismo poema.
No. No hay ninguna propuesta estética seria, desde luego no hay nada con peso específico como para llamarla “poesía social”. Sí que es cierto que hay lo suficientes problemas para poder tomar la pluma y escribir como se hizo en los cincuenta, pienso el grupo de Barcelona, en Blas de Otero y Celaya, pero para que haya denuncia tiene que haber censura, o autocensura, hay que elegir entre la espada o la pared. Ahora solo hay vómito.
Y por otro lado, como te decía seguimos escribiendo lo mismo. No hay un arte nuevo, son solo variaciones. Desde la década de 1920 no ha habido avances en el arte: Marcel Duchamp expuso su fuente en la Exposición de París de 1917; Tristan Tzara  lanza el Manifiesto Dadaista en el 18, Wittgenstein publica el Tractatus Logico-Philosophicus en 1921, T.S. Eliot publicó The Waste Land en 1922; Rainer María Rilke Las elegías de Duino en el 23; Schönberg publica el Método de composición con doce sonidos ese mismo año, El perro andaluz se estrena en 1929...  Pienso en Fritz Lang. No solo el arte y la literatura se ha estancado, el periodismo ha muerto, ya no existe como tal, ahora es marketing, publicidad, prevalece el anunciante sobre la noticia.

—Vamos a entrar un poco en tu obra. Hemos hablado de tus obsesiones, y se desprende en tu obra un fuerte romanticismo.

[…] sensación pura los placeres
se repartirán al viento
entre cenizas
de un cuerpo que fue mío

intentad quitarme
estos besos mortales
la belleza en mis manos
las visiones del sol desmantelado
las palabras ociosas

no podréis
quitarme estas rosas.
F. Días San Miguel: La música acordada.
Libro cero (1999)

El amor es algo así, supongo, se prolonga en cielos indiferentes, dolorosamente cáncer, algún amanecer insoportable, tu carne vuelta del revés, tus pestañas comidas por el que se comería hasta tus uñas, muchacha indiferente, estúpida, multiplicador de las duermevelas: ay si pudiera quererla lo justo y necesario
F. Días San Miguel: Tiempo robado. Libro cero (1999)

Y se vislumbra una la necesidad de ser un “ser social”, la necesidad de pertenencia, la obsesión por el final, el objetivo de la existencia, la memoria.
Sí, está todo eso. Y respecto a la seguridad de nuestra finitud es algo que no me importa abordar, tenemos esa incertidumbre, sabemos que tenemos un tiempo y que vamos a morir, esto nos sirve para poner en orden, priorizar. El tema de la memoria, su movilidad, su fragmentación, es otra de las ideas que recorren mis escritos.

Me enseña la que podría ser la portada del libro que reunirá su poesía, ahí se plasma su interés por el deconstructivismo, de El Lissitzky o de Vladimir Tatlin.

La memoria de un hombre
se construye
con pedazos de arcilla,
con el resto que queda
pegado a las paredes de la entraña,
con besos fracasados.
La memoria de un hombre se construye
con lo que hay de mentira en los recuerdos,
con promesas,
con café y aspirinas,
con libros desgastados por el uso, con poemas olvidados,
con absurdas historias
que conducen al mito,
con miradas furtivas en vagones, y cuerpos
entrevistos en la sombra.
La memoria de un hombre,
revivida y violada a cada instante,
es un reflejo de luz en la mañana,
las tardes entregadas al asueto,
son tu risa y tu voz de este momento,
el sonido horadado que atraviesa el asfalto,
que es el tiempo, los símbolos propicios
y el color del olvido.
F. Días San Miguel: «Memoria».
Poemas finales
(2003)

—Leí alguna vez que “La poesía no está para contar cosas importantes sino para hacer importante cualquier cosa”, y eso se palpa perfectamente en tu literatura cercana a la cotidianeidad, sin artificios. Sobre todo en los relatos en prosa de “Tiempo irreparable”
En esos relatos cuento historias comunes, pero me interesa el gesto, el movimiento, es demasiado realista en el sentido tradicional, pero creo que apuntan hacia una manera de contar. El personaje de Delfín o los jóvenes que vivían en la calle, son historias reales. Delfín tenía una lechería en Tejares, conservo aún las grabaciones de nuestras conversaciones en la cuadra. El grupo de hombres que duermen en los soportales de la iglesia de los Dominicos  eran unos amigos que pedía en las calles Brocense o Concejo, leyeron el relato cuando lo publiqué.

[Delfín ] Ha aprendido a convivir con el mundo, porque tiene la justa extensión que cada hombre necesita. Para él no es más grande que un patio, con una casa y una cuadra, y el espacio que alcanza su vista. El antiguo pueblo convertido en barrio, la ciudad de un lado, del otro lado el campo, el paisaje inalterable. El mundo del que oye hablar a sus hijos, a los visitantes, el mundo que muestran las noticias, los concursos, el fútbol, las películas, es un mundo conocido de lejos. Participa de él sin comprenderlo. Como quien ve una película.
F. Díaz San Miguel: Tiempo irreparable (1997)

Algo que me ha gustado mucho fue encontrar algún proyecto un tanto loco, en el que un grupo de amigos y tú hicisteis lo que llamabais un “Cocido literario”, en donde proponíais hacer una pira y quemar los libros excedentes, los que sobran. Ya decía Steiner que “los hombres que queman libros saben lo que hacen”. Juguemos a Farenheit 451 de Ray Bradbury, cuéntame qué libros salvarías de la pira y cuáles tirarías.
Cuando me junto con Enrique Macías Saint-Gerons siempre pasan cosas. Tenemos una relación de entendimiento muy profunda, porque auque hablamos con ligereza, aunque no nos tomamos nada en serio porque el arte es mentira y además es un juguete, precisamente por siempre pasan cosas importantes. Recuerdo cuando quisimos hacer un gran lanzamiento de la antología Paisajes del infierno, hasta realizamos planos para la construcción de una gran catapulta con la idea de colocarla en la Plaza Mayor y, bueno, enviarlos a la otra punta. Pero se necesitaba de mucha inversión, había que pedir permisos, hacer un seguro por si le heríamos a alguien de un librazo. Nos acobardamos, qué duda cabe.
Con el “Cocido literario” fue diferente, aunque también se frenó por problemas de logística. Macías Saint-Gerons, Renato Portles y yo, teníamos unos estatutos muy divertidos. Y cuando nos emborrachábamos la lista crecía exponencialmente. Ahora en serio, finalmente no quemamos los Episodios Nacionales, porque no los teníamos y porque Galdós es mucho más importante que Dickens, del que por cierto tiraría a la pira Casa desolada. En España tenemos un serio complejo de inferioridad frente a lo extranjero. Una profunda ignorancia que por otro lado nos ayuda a no acomodarnos.
Pienso en los autores que me gustan y tú querías títulos para la hoguera. Uno de mis autores favoritos es sin duda, J.D. Salinger y no solo su The Catcher in the Rye, sino todo su universo sobre la familia Glass.

Los libros que me gustan son esos que cuando acabas de leerlos piensas que ojalá el autor fuera muy amigo tuyo para poder llamarlo cuando quisieras.
J.D Salinger: The Carcher in the Rye (1951)

—¿Sigue siendo Cernuda un referente para ti?
Por supuesto. Mi primera inmersión en la poesía adulta, después de Becquer, fue leyendo Hijos de la ira, de Dámaso Alonso. Y mi primera incursión en la escritura. Pero la revelación, el giro, está y lo encontré en Cernuda.

—¿Cómo convencerías a los que dicen que no leen poesía porque no la entienden?
La gente tiene que hacer lo que le da la gana. Es verdad que hay que darle las herramientas pero al final deben hacer lo que quieran, no se puede imponer. Leía recientemente un artículo de Manuel Vilas en El País, donde hablaba del fenómeno de los best seller en poesía, personalmente pienso que la mala literatura no te lleva a una literatura mejor. No creo que leyendo a Julia Navarro o “La sombra del viento”, se te abran las puertas hacia otra literatura. Ahora se está escribiendo poesía mala y adrede, como se escriben novelas basura y cine basura hay poesía de mierda. Y no creo que sea la puerta para leer más y mejor.

—Haz un diagnóstico de la cultura en España ¿cómo la ves?
Pues yo creo que está muy bien de salud, la verdad. Escribe mucha, demasiada gente, pero también es verdad que todo el mundo tiene algo que contar y tienen tanto derecho como cualquiera. Quejarse de que escriba mucha gente, de que haya un acceso masivo a la cultura, es algo nazi, solo el tiempo puede decir que valdrá en un futuro: preocúpate de hacer bien tu parte.
Y somos un país en el que, al contrario de lo que se piensa, se lee mucho, de otra forma no se explicaría la cantidad de libros que se publican. Lo que sucede es que somos un país que no creemos en nosotros, llenos de complejos, que hemos hecho turismo pero no hemos viajado, es decir no hemos entrado en la cultura de otros países.
Y por otro lado no sabemos apreciar la riqueza del idioma, creo que no es bueno ese proteccionismo de nuestra literatura frente a la del resto de la literatura en español. Y creo que es un error que está enquistado en el sistema educativo, empobrecido, sesgado. Si en las escuelas se estudiara la literatura en español, sin duda, arrojaría una visión mucho más rica, a los alumnos que son los ciudadanos futuros. O si no que lo hagan por sorteo. Me explico, a veces me parece tan aleatorio estudiar solo la literatura de España como que por sorteo el año que viene toque la de Chile: que nuestros jóvenes estudien a César Vallejo, Gonzalo Rojas, Enrique Lihn... Al siguiente la peruana, la mexicana, la argentina. Felisberto Hernández y Onetti. Porque al fin y al cabo los jóvenes pueden estar más cerca de Benedetti que de Cervantes. Sin duda, el estudio de la literatura en español nos llevaría a una mayor riqueza, nos abriría.

Bien visto Fernando, me sumo a tu reivindicación. Me quedo con tus obsesiones, con tu visión  humanista sin horizontes ni fronteras. Gracias por tus consejos para mi libro. Me pongo a ello.




Realizado por Marián Herrero

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