SEGOVIA | CIUDADES PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD
“En Segovia, una tarde, de paseo / por la
alameda que el Eresma baña, / para leer mi Biblia / eché mano al estuche de mis
gafas / en busca de ese andamio de mis ojos / mi volcado balcón de la mirada”. Antonio Machado
Fue en 1985
cuando la UNESCO decidió otorgar el título de Ciudades Patrimonio a la “antigua ciudad de Segovia y su acueducto
romano”. Su ubicación entre los ríos Eresma y Clamores hace de la ciudad un
paraíso y destino de turismo verde para los amantes de la naturaleza: las Hoces
del Duratón, del Riaza, el Parque Nacional de Guadarrama o la Sierra de Ayllón,
son buenas muestras de ello. Su enclave geográfico nos la presenta en plena
tierra castellana repleta de paisajes singulares. Segovia es acueducto,
alcázar, Machado, Quevedo, Zuloaga, románico, mudéjar, cochinillo... y mucho
más. En Segovia se respira historia, arte, poesía, calderetas y ese
inconfundible olor a algo muy nuestro que hace que, irremediablemente, el
forastero se sienta como en casa. Tiene la característica de conservar la identidad
del pueblo castellano a la vez que se nos muestra como ciudad garante de la
responsabilidad histórica que le tocó vivir en épocas pasadas, sin dar la
espalda al futuro. Allí fue proclamada “Católica”
la reina de Castilla, Isabel; Quevedo recreó su ambiente en “el Buscón”; Machado nos invitó a pasear
por sus plácidas calles; las huellas de santa Teresa se sellan en “Las Moradas”. Repleta de sitios,
monumentos, museos, actividades cultuales... la entrada de hoy en el blog la
dedicamos a Segovia.
En el Imperio
romano, la ciudad se convirtió en un centro militar; de esta época se conserva
el tan admirado acueducto del siglo I d.C (aunque tras los últimos análisis de
los materiales se ha apuntado la variación en la data situándolo ya en el siglo
II d.C, finales del gobierno de Trajano o ya en el de Adriano), una auténtica
obra de ingeniería formada por 163 arcos con 29 metros de altura. Su
construcción se basa en la unión de sillares (opus quadrata) sin argamasa, cemento o plomo, gracias a un perfecto
estudio de empujes de las piedras.
Ya de la Edad
Media y del Renacimiento son las diferentes construcciones que salpican la
ciudad: la Casa de los Picos del siglo XV acoge la actual Escuela de Artes
Aplicadas y Oficios. De un marcado estilo isabelino, destaca la portada con
arco de medio punto de grandes dovelas y la fachada cubierta por sillares de
granito tallados en punta de diamante. Muy en consonancia con la Casa de las
Conchas en Salamanca o el Palacio del Infantado en Guadalajara.
“La dama de las
catedrales”, en pleno siglo XVI, comenzó a erigirse bajo la supervisión de los
Gil de Hontañón (Juan y Rodrigo, padre e hijo), también participaron en su
fábrica Juan de Ávila, Alonso de Covarrubias, Felipe Vigagny, Enrique Egas y
Francisco de Colonia, entre otros. Destaca la Puerta del Perdón, Puerta de san
Frutos o la Puerta de san Geroteo. Y ya del siglo XVII y XVIII, destacan las
capillas de la cabecera: capilla de san José, de Nuestra Señora del Rosario, de
san Antonio de Padua o la de san Frutos; en el lado del Evangelio la capilla
del santo Entierro; en la Epístola, la dedicada al sepulcro de Cristo o la de
Santiago. Destaca asimismo la sillería
gótica del coro y los órganos barrocos del XVIII. Obras de Juan de Juni,
Gregorio Fernández o de Juan Guas se esparcen por cada rincón de la catedral.
Ya en el Alcázar
podemos percibir el perfume de los jardines y hasta de la alquimia que Louis
Proust impregnó en la que en otro tiempo fue la Casa de la Química. El incendio
de 1862 dejó al castillo severamente destruido y gracias a la intervención de
Alfonso XII en 1882 se ha ido reconstruyendo para el disfrute de los
visitantes. Al interior encontramos las salas dedicadas a la artillería, la
sala de Ajimeces, la Galera, sala del trono con un artesonado mudéjar, sala de
la chimenea, la cámara regia, el tocador de la reina y la preciosa capilla.
Podemos
continuar la visita por las iglesias románicas como la de san Martín o la de
san Juan de los Caballeros donde se encuentra el museo Zuloaga; san Esteban;
san Millán; el bellísimo Pantocrátor en la iglesia de los santos Justo y
Pastor; la iglesia de los Templarios de la Vera Cruz (“Non nobis Domine, non nobis sed nomine, tuo da gloriam” No para
nosotros Señor, no para nosotros sino para Ti toda la Gloria); y por supuesto, no
olvidarnos del magnífico monasterio de El Parral donde el gótico, el mudéjar y
el estilo plateresco se entremezclan de forma magistral y de san Antonio el
Real que en otra época fue palacio de Enrique IV, cuyo artesonado mudéjar y
retablo flamenco del XV son de obligada visita.
El recuerdo del asentamiento
judío en la ciudad se hace palpable en las calles que forman la judería: calle
santa Ana, Corralillo de los huesos, la antigua carnicería judía que hoy
alberga el Museo de Segovia, el cementerio o la casa de Abraham Senneor (centro
donde se muestra, enseña y divulga la cultura judía), son lugares repletos de
la huella hebrea.
Pero la magia no
termina en la ciudad. La provincia es todo un lujo: Ruta de los Reales Sitios
con el palacio de La Granja de San Ildefonso y Palacio de Riofrío; Ruta del
Mudéjar: Coca, Cuellar; Ruta de los Castillos; Ruta de los Pueblos Serranos:
Pedraza, Riaza...
Y no quiero
terminar esta entrada sin hacer alusión a la Segovia de Machado: “Caminante son tus huellas, el camino y nada
más”, en su casa-museo el visitante puede conocer retratos, enseres,
recuerdos que nos llevan a la vida del poeta como profesor en la ciudad.
En esta
primavera apuntar en la agenda una visita a Segovia!!
Realizado por
Marián Herrero
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